lunes, 29 de diciembre de 2008

Un momento cuchi, a la altura de la navidad


Luego les pongo otro texto. Por ahora, que las imágenes hablen por si solas; tarde de domingo y una pobre ardillita necesita contacto y alimento. Pobre ardillita, tan sola y tan necesitada de afecto. En eso se encontró a una ardilla, y le tomó fotos.

viernes, 19 de diciembre de 2008

martes, 18 de noviembre de 2008

Escupitajos de un pescado que vuela


(sin acentos, porque los acentos duelen)

Quisiera olvidar
Quisiera que mi historia fuese mas ligera
Pero es tan densa que le cuesta volverse palabras
Asi que brota desde lo mas hondo
Como un denso petroleo que intenta salir por mis poros

Los medicos, en su infinita sabiduria,
Intentan diluirlo con Paroxetina
Diez miligramos
Veinte
Treinta
Cuarenta
Cincuenta
La escalera desciende y el petroleo no sale
Antes bien, se acumula debajo de la piel
Y yo me hincho convirtiendome en un arandano

Mi piel se estira a punto de romperse
Y yo pienso que por fin es el momento indicado
Primero camino
Luego corro hasta que siento que ruedo
Solo termino siendo un arandano exhausto

A veces reconsidero la opcion de la ciencia
Y grito frente a los hospitales
"Saquenme este petroleooooooooooo!"
Lo hago apretando la cara lo mas fuerte que puedo
Pierdo las fuerzas, me caigo al piso
Me retuerzo
Solo lagrimas, nada de petroleo

Las enfermeras son mis amigas
En esos casos me inyectan una esperanza que me duerme por algunas horas
Entonces puedo sognar que soy un pescado que vuela
(esa letra tambien duele)
Despierto
Vomito
Por que no sale el petroleo?

Ahora tengo un cuchillo afilado
Estoy buscando la forma correcta de usarlo
Porque no quiero perder tiempo con sangre
Todas las magnanas le hablo
(cogno, la letra que duele)
El tiene la clave
Lo intuyo
Lo siento junto al petroleo

El tiempo dira
Lo que los medicos
En su infinita sabiduria
No han podido decirme.

lunes, 27 de octubre de 2008

La nostalgia de cuando eramos monos con hojillas

(va sin acentos)

Cuando eramos adolescentes, a mis amigos y a mi nos daba por pensar, como a todo adolescente, que eramos capaces de muchas cosas. La mayoria de ellas absurdas y ridiculamente imposibles, como hacer un pais paralelo. Las que no eran imposibles, pero si ridiculas y absurdas, las hicimos, y mas de una vez (como caminar por la autopista Francisco Fajardo o vestirnos con ropa de epoca esperando ser "trendies").

Tambien exploramos el mundo de las profesiones, cortandonos el cabello unos a otros (con alguna de nuestras hermanas arreglando nuestros entuertos), intentando cambiar una poceta con nuestras propias manos (y teniendole que pagar el triple a un plomero para que accediera a continuar un trabajo malhecho). Ah! tambien destrozamos una buena cantidad de franelas porque pensabamos que la serigrafia era cosa de nignos.

En pocas oportunidades hicimos cosas mas normales, como romper el silencio con nuestros instrumentos y las ganas, adolescentes por supuesto, de hacer nuestra propia banda de musica. Pero hubo momentos paroxisticos en los que, por ejemplo, yo pensaba que podia sacarme las amigdalas con un cuchara de servir helados que estuviese bien afilada, siempre y cuando resolviera el problema de la anestesia a punta de alcohol.

Por eso hoy al encontrarme esta imagen, no puedo menos que agradecer no habermela topado en aquel entonces.


Al menos en mi caso, la adolescencia fue un mal que se me quito con el curso de los agnos.

jueves, 23 de octubre de 2008

TRANSUSTANCIACIÓN


(Nota preliminar: este cuento, con dedicatoria y todo, vino a mí en un solo jalón. Así que, aunque me gusta pensar que estoy asumiendo una visión anarquista del lenguaje, donde el discurso se entiende como un segmento -arbitrario- en la cadena infinita del lenguaje y, por tanto, susceptible de ser modificado en sus límites y posibilidades, no me siento "autor" del mismo. Al menos no en el sentido de un "yo" que produce algo "conscientemente". El cuento es una especie de acertijo que me interroga y con el que me encuentro entrelazado.)


TRANSUSTANCIACIÓN

A Efren y Humberto

La piscina se veía particularmente cálida. El azul del agua me recordó las playas paradisíacas del Caribe. Su borde se agitaba ligeramente reflejando la luz en todas las direcciones. Tuve que detenerme a disfrutar de los colores, ignorando el olor a cloro que, definitivamente, desviaba mis recuerdos en otra dirección. A diferencia de otros días, no me lance desde el trampolín sino que bajé, lentamente, por la escalera lateral. Un escalofrió recorrió mi cuerpo y tuve el presentimiento de que en esta oportunidad todo sería distinto.

Así fue. Comencé a calentar nadando de pecho. A los veinticinco metros tuve un pensamiento extraño. Yo era quien daba las brazadas, pero me parecía que la acción la ejercía el agua, acariciándome. Esta idea se apoder
ó de mí y, como por arte de magia, un gran placer me invadió de inmediato. Ahora nadaba envuelto en miles de gotas complacientes que se agrupaban para excitarme deslizándose por mi piel. La vuelta a los cincuenta metros fue un conglomerado de sensaciones indescriptibles. Ahora me concentraba en ir lo mas lento que me era posible y disfrutar de ese masaje tan seductor.

Llegando a los setenticinco metros y cargado de voluptuosidad, vino a mi otro discernimiento. La piel es un borde que me separa del mundo, pero solo en su lado interno. En lo que ser
ía mi lado externo es, por encima de todo, lo que separa al resto del universo de mi cuerpo. Saber esto me hizo sentir uno con la piscina y con el mundo. Ya no nadaba, era parte de un vaivén sensorial que me desbordaba. Fue allí cuando vino la convicción de que yo era "el falo de Dios" y que el agua, en realidad, eran sus manos que lo frotaban. Mis brazos y piernas yendo y viniendo quedaron opacadas por esas manos que me agarraban. La intuición de Dios masturbándose fue una luz enceguecedora que me hizo perder la noción del tiempo y de mí mismo; ya no sabía donde estaba y no me importaba.

Justo antes del momento cumbre pude vislumbrar, de manera borrosa, al salvavidas que insist
ía en pegar su boca a la mía. Como pude lo alejé y escupí un gran chorro de agua. Hubo un alivio indescriptible y no supe mas hasta que desperté en el cuarto de primeros auxilios del centro deportivo. Algo me decía que no comentara lo ocurrido. Así que, aturdido, salí del lugar diciendo que no necesitaba compañía para ir a casa y que luego haría el chequeo médico que, según ellos, era muy importante. Ha pasado un tiempo desde entonces y hay algo en mi pecho y en mi mente que pide a gritos salir al mundo. Era lo que me hubiese gustado decirle a aquel salvavidas impertinente. Ahora se que es un mensaje mas profundo. Acá lo dejo por si alguien más ha sido tocado como yo y no ha podido, aún, poner en palabras su experiencia. Como todas las grandes verdades, viene en un enunciado sencillo: la semilla de Dios no puede ser acaparada.

miércoles, 22 de octubre de 2008

A lovely kinky sunday afternoon


Sí, estoy tan aburrido como el personaje de El Club de la Pelea. Es la única explicación que encuentro para pasar la tarde del domingo en un taller cuyo objetivo es introducir a las personas al kinky world. Bueno, tan poco ha sido de gratis; fue 50% curiosidad y 50% parte de mi trabajo. Ya escribiré sobre esto en otra oportunidad. La curiosidad me hacía pensar que llegaría y me encontraría con gente tan variopinta como la del taller de meditación. Me equivoqué. Resulto ser un grupo muy variado, eso sí, pero aparentemente de personas muy centradas; hombres y mujeres de todas las edades (mas de 19) y orientaciones sexuales, convocados por su afición al sexo no convencional, "perverso" o kinky.

La tarde comenzó con una sesión sobre comunicación. Al mejor estilo de los talleres de crecimiento personal, una dominatrix -especie de morticia contemporánea- nos explicaba los conceptos y alternaba ejercicios prácticos para que: a) identificáramos nuestras fantasías, deseos y necesidades; b) supiéramos articularlas para transmitírselas a las posibles personas que nos asistirían y c) pudiéramos negociar su planificación y puesta en escena. "Así que ya saben" decía, "si una de sus parejas quiere secuestrarlos durante la semana vestido de payaso, de lo que se trata no es de despacharlo groseramente sino de ver la posibilidades, quizás estipulando un periodo donde ustedes estarían dispuestos a dejarse secuestrar. Igual pueden decirle que no, pero siempre siendo corteses y dejando abierta la posibilidad de interactuar en el futuro. Recuerden, pueden necesitarlo para alguna de sus fantasías".

Sabias palabras la de Madame Pain, que me mostraban que, al menos en ciertos contextos, es posible hablar de lo que sea, literalmente, y que, de verdad, el sexo puede ser cualquier cosa, hasta un performance donde a alguien le excita ser un payaso abductor. También aprendí que, quizás, es mas fácil negociar cosas como "te pido que, por mi peso, no me dejes de rodillas mucho tiempo" o "no puedes romperme o cortarme porque tengo problemas de coagulación" que el ya casi imposible "quiero compartir mi vida contigo, pero recuerda que somos dos individuos que se unen para llevar una vida placentera y que eso no significa que nos poseemos el uno al otro".

Too much, pensaba yo, hasta que llego la segunda sesión. Un master inicio su presentación conociendo a la audiencia. "A ver, levanten la manos los que han metido la mano... ok... ahora quiero saber a cuantos se las han metido... cuantas veces? de 1 a 5... de 5 a 20, de 20 a 50.... de 50 a 99... mas de 100...". Sí! el taller de fisting for dummies había comenzado. Luego de repasar la anatomía del ano, las recomendaciones de seguridad -la gente puede hasta morir como consecuencia del proceso- y la literatura que podíamos consultar al respecto, pasamos a la parte práctica. Una pareja subió al podio y, efectivamente, mostraron como hacerlo, mientras el facilitador iba comentando y haciendo preguntas a los demostradores.

Los humanos nos caracterizamos por haber refinado y cultivado todas las actividades. No nos lanzamos al río a beber agua sino que inventamos vasos y toda una cultura para darle una nueva forma al hecho de saciar la sed. Ahora que me encuentro la demostración mas humana de lo que es tener sexo -hay que reconocer lo sofisticados que son los kinkies- resulta que no lo aguanto y me voy antes de terminar la sesión. Tema para la reflexión, supongo.

viernes, 17 de octubre de 2008

Satori 1, 2 y 3


1
La semana pasada comencé un taller de Mindfulness Meditation. Como era de esperarse, un taller de este tipo atrae un amplio rango de personas e intereses, desde abuelas aquejadas de dolor crónico, hasta adolescentes desorientados que no saben en cual palo ahorcarse. Dentro de este espectro yo, por supuesto, inmigrante con un duelo a cuestas y esa simpática mujer que hoy dejó al descubierto su locura. Ya la semana pasada la había insinuado, con un sombrero de paja de ala ancha trabado con un palillo de madera a su maraña de pelo gris, a punto de explotar en ese moño tan extraño. Hoy no solo vino con el mismo sombrero, sino con una vara para pastorear ovejas y lentes oscuros. (Mmm... de repente fue pastorcita belga en una vida pasada.) En fin, su atuendo fue lo de menos. Pidió la palabra después del primer ejercicio para agradecernos a todos nosotros, que solo sabíamos de ella que era estrafalaria, su "adelanto" de la semana. Nos explicó con lujo de detalles, presa de una emoción tan incontenible como difícil de creer, que había descubierto, con la meditación, que su "voz espiritual" estaba desconectada de su "voz natural". Su mente, su espíritu y su cuerpo, decía, iban cada uno por su lado, pero gracias a la energía del grupo, ahora se reunían y ella ya no solo se sentía el vehículo de una voz espiritual que no le pertenecía, sino la poseedora de esa maravilla del mas allá. Por supuesto, ahora lloraba, presa de un agradecimiento tan profundo como difícil de creer. Con esa perorata, a mi el mindfulness aproach se me fue al carajo y terminé apegado a mis viejos esquemas de la escuela de psicología: ok, emoción no resonante, histrionismo, ausencia de limites yoicos: Personalidad Borderline. Lenguaje abstracto sin referentes materiales y con fuerte contenido metafísico: hacia el polo psicótico. La facilitadora del grupo le dio las gracias y buena parte de los asistentes la aplaudió. Me gusto mucho la sonrisa que estos aplausos le pusieron en la cara.

2
El problema de haber estudiado psicología, filosofía y ciencias sociales, es que la experiencia inmediata se densifica a tal punto que uno termina envuelto en una vida compleja, compuesta por un entramado de capas -interpretaciones- acerca de lo que está ocurriendo. Este grupo de meditación consiste en pasar dos horas sentados, alternando ejercicios con comentarios sobre lo vivido y, factor desencadenante de mis reflexiones antropológicas, sin recesos para ir al baño o tomar agua. La gente simplemente se para cuando le apetece, saliendo lo mas imperceptiblemente que se puede en un salón abarrotado de gente sentada en silencio. A nadie parece importarle, cada cual esta en lo suyo y, a decir del comentario de mi amiga la pastora cósmica, les queda muy fácil mantenerse en sus mundos internos. La situación contrasta con otro de los grupos a los que asisto, ya no multicultural sino 100% latino. (Sí, reconozco que me parezco al personaje de El Club de la Pelea.) En este otro, los participantes se la pasan contabilizando el número de salidas de cada quien y peleando para que se apaguen los celulares y la gente se mantenga completamente absorta en lo que sucede en la reunión. "Es una falta de respeto, argumentan". De mas esta decir que pasamos mas tiempo en esto que en el objeto de las reuniones.

No puedo dejar de pensar que el gran problema que va desde el Rio Grande hasta la Patagonia es que no tenemos una idea clara de la individualidad y, especialmente en Venezuela, de lo que es el bien común. Mis compañeros de este otro grupo me muestran constantemente su temor a que los otros sean diferentes, a que se rompa la confluencia, esa simbiosis donde todos son parte de una masa amorfa llamada "nosotros". Quizas el perfecto idiota latinoamericano lo que quiere es que no se rompa esa mistificación, ese nosotros donde, así me parece, nadie es realmente feliz. Incluso lo que aprendí en la universidad acerca del "individualismo radical", luce tan desfasado de lo que se vive por estos lados; precisamente por este individualismo, es que acá se crean comunidades donde cada uno encuentra su lugar y lo que necesita, o al menos un aproximado. No conozco ninguna ciudad latinoamericana donde uno pueda ver, siquiera, un indicio de respeto a las necesidades individuales. Todos juntos, todos juntos a la mierda.

3
Guau! Nunca lo había visto tan claro! Esta vaina de la Mindfulness Meditation es mejor que cualquier droga; same trip, no crash. La semana pasada no fue gran cosa, pero nos pusieron como tarea practicar durante la semana y elegir una actividad para realizarla in a mindfulness way. (Como se traducira mindfulness?). Ahora nado de esta manera y ya no me interesa romper ninguna marca; solo me concentro en las sensaciones de mis brazos al moverse, de los abdominales contraidos, del cuello cuando se tuerce; siento las piernas, que a veces se mueven desde el estómago pero a veces solo desde las rodillas o los pies; veo como mi mirada se sumerge, veo el borde que separa el aire del agua, las burbujas... La piscina se ha transformado en un universo con, al menos, dos universos dentro, mi cuerpo y un observador que contempla a esa conciencia imbuida dentro de ese cuerpo. Ademas de esto, de la "practica informal", tengo mis momentos "formales"; tiendo mi esterilla de yoga, me conecto a los lentes y los audifonos (Sí Juan Ignacio, por fin tengo mi propio Centro Mega Mental portatil!) y paso una hora diaria meditando. No es raro entonces que, durante la sesión de hoy, comprendiera cual es "el patrón aprendido por mi mente", siguiendo el lenguaje de la facilitadora: mi cuerpo se detiene, respiro lento y profundo; me siento como un río calmo. A la vez observo como mi mente salta; brinca al pasado y aparecen los recuerdos, brinca al futuro y surgen los planes y las listas de cosas por hacer. Pero no solo eso, tambien brinca a la fantasía y entonces emergen visiones imposibles y mundos paralelos. Lo "entiendo" todo: intento controlar el futuro, aparece la ansiedad; el futuro deviene presente, pero no como lo espero, entonces aparece la rabia; el presente deviene pasado y entonces termino aferrado a que las cosas no se dieron como las esperaba; la rabia se transforma en tristeza. Mi duelo se mantiene por el apego a esos recuerdos acerca de lo que se dio de otra manera. Todo queda sintetizado en una imagen. Soy un sable de luz, pero en el extremo superior la energia se expande, es mi mente desperdigada hacia un lado, hacia el otro y hacia arriba. Soy el espectador que se lamenta porque su película no es como ha sido planeada. Asi soy, por ahora, que desperdicio.

Pastorcita, quiero decirte dos cosas. Primero, disculpame por juzgarte; segundo, no estamos locos, solo somos planetarios.

jueves, 9 de octubre de 2008

martes, 16 de septiembre de 2008

Primer Mundo

viernes, 12 de septiembre de 2008

Venezuela por dentro


Dado que cada día, gracias a los comentarios del máximo líder, el mundo se interesa cada vez mas en Venezuela, propongo que implementemos puntos de información en las embajadas y consulados y, por que no, un gran stand en la próxima feria mundial. Eso si, que estos espacios sean completamente interactivos. Como nota curiosa, y para que cada visitante se lleve un recuerdo, en la entrada podemos darles una boina roja y/o un chaleco blindado.

jueves, 7 de agosto de 2008

miércoles, 6 de agosto de 2008

Hombres, mujeres y la exploracion del sexo dentro del mismo sexo


Bourdieu plantea, con toda razón, que las mujeres han estado sometidas a la dominación masculina. Esta idea debe tomarse con cautela, en la medida en que, puesta de este modo tan general, hace pensar que este dominio se extiende a todo su ser. Sin embargo, hasta casi el final del siglo XIX, el control se centró en los cuerpos de las mujeres, sin tomar en cuenta sus sentimientos y algunos de sus deseos sexuales. Cosa curiosa, entonces, la medicalización del cuerpo femenino corrió a la par de la libertad homoerótica.

Fue con Freud que los hombres tomaron conciencia de los deseos truncados de las mujeres y de como aquellos dirigidos a los hombres, especialmente al padre, se reprimían y retornaban bajo la forma de síntomas psicológicos. Lo que siempre quedo fuera de todo análisis, y de las leyes contra la sodomía que se aplicaban con rigor a los hombres, fueron los deseos sexuales hacia el mismo sexo. De manera que para la sociedad era invisible el vínculo erótico de ciertas amigas (como los personajes de The Bostonians, la novela de Henry James). Esto continua, y es mas fácil que sospechemos de Batman & Robin que de Laverne & Shirley.

Por el contrario, la historia para los hombres, esos supuestos ciudadanos libres de la polis, fue mas severa en la medida en la que no solo era el control del cuerpo sino, especialmente, el control de los deseos sexuales hacia los de su mismo sexo. Precisamente por esto, el mundo de los hombres que tienen sexo con otros hombres, ese universo paralelo que es casi del tamaño de la sociedad entera, ha emergido como un submundo oscuro y sórdido, crecido en sus grietas, por lo general carente de amor y saturado de orgasmos que se inscriben en una idea del sexo como mecánico. Un ejemplo de esto, mas o menos conocido por todos, es la situación de los personajes de la película Brokeback Mountain.

Aparece así una paradoja contemporánea, que las supuestas dominadas tienen mas libertad sexual que los libres, quienes se encuentran presos, y aparentemente conformes, con los límites impuestos por su propio género. Y hay que decir aparentemente conformes porque los actos de resistencia cotidianos se ven por doquier; cuando en un urinario alguien expone su miembro "porque siempre hay un marico que quiere ver", cuando un hombre dice que no es marico porque penetra a otro sin dejarse penetrar, cuando le hace sexo oral a otro hombre pero aclara que no es homosexual, cuando necesita emborracharse para permitirse lo que de otro modo no aceptaría...

Llegamos así a finales del siglo XX, cuando el feminismo sirvió de plataforma de lanzamiento para el lesbianismo. Unas décadas mas tarde, y como reacción a la presencia de las mujeres, los hombres empezaron a pensarse a si mismos, aunque no para deconstruirse sino para reforzar las murallas sociales y los diques psíquicos que mantienen su libido bien contenida (y sus asaltos bien desconectados de la conciencia). "Que no nos cuestionen, nosotros sabemos muy bien en que consiste ser hombre" parecen decir. Tantos años de represión han hecho que aprendiéramos bien la lección, al menos esto es lo que se deduce al escuchar a los defensores de la "masculinidad".

lunes, 4 de agosto de 2008

Futuros gerentes de PDVSA caminan por Yonge St. en Toronto



Caminábamos mi amigo José y yo hacia un restaurante vietnamita dos cuadras mas abajo de Bloor St. En cuanto cruzamos la calle, desde atrás nos asaltó un dialecto conocido; "no panita, ya t'lo dije ya, te dije que no quiero comer japonés". El acento era inconfundible; ese sonido nasal, marcando todas las vocales menos las s. Entre tantos coño'elamadre, no joda y otras tantas muestras de la educación criolla con la que se dirigían el uno al otro, nosotros terminanos tan desconcentrados que tuvimos que dejar de hablar. Mas que un flashback fue como sentirnos transportados a una calle caraqueña, con el susto que eso implica. Luego hicimos varias piruetas para, finalmente, lograr ver a los personajes. Eran un par de chamitos, alrededor de los veinte años. La teoría de José, quien ha asimilado bien la máxima canadiense de no presuponer nada, es que quizás vinieron a aprender inglés aprovechando las vacaciones de verano. Yo sigo pensando que los venezolanos somos bastante predecibles; esas pulseritas que cargaban y decían Cuba, me dan una idea de lo que hay detrás del episodio. La "revolución" venezolana, como bien sabemos, se está pagando a realazo limpio.

viernes, 1 de agosto de 2008

Nosotros ¿los entrópicos del trópico?


En cuanto salió el epígrafe de la película Apocalypto pensé, cual chavista furibundo y retrógrado, que Mel Gibson era un “imperialista de mierda”. ¿Cómo se le ocurre citar a Will Durant, crítico de lo que ahora se conoce como eurocentrismo, con la frase “Una gran civilización no es conquistada desde afuera hasta que se ha destruido a si misma desde dentro”? A primera vista me pareció una obvia legitimación de las invasiones de Estados Unidos, desplazadas en la película a la figura de los españoles.



Porque vamos a estar claros, el temita de que “los otros” necesitan ser gobernados ha sido el argumento para que las potencias del momento justifiquen sus proyectos expansionistas y colonizadores. Además, sin el contexto de la frase, y dentro del asunto de la conquista de América, la primera lectura que se hace es que los americanos necesitaban de los españoles para contener la manía salvaje de andar cortando cabezas, sacar corazones y cazar a los humanos como si fueran jabalíes. El gran detalle esta en que los europeos no vinieron a salvar a nadie. Por casualidad se encontraron un continente, lleno de extraños a los que no reconocían como humanos y, así nomas, decidieron depredar sus posesiones y quedarse con sus tierras. Punto.

Pero volvamos a la película. Vamos a ir mas allá de la obviedad hasta encontrar un mensaje para nosotros (cosa difícil cuando su autor, estando borracho, insulta a los chivos expiatorios de la humanidad, los judíos). Mel Gibson ha citado a un cr
ítico del eurocentrismo, a un chico bueno, de los que esta con nosotros, los subalternos. Quizás, entonces, hay que leer con cuidado el texto y prestar mucha atención. A fin de cuentas, que llegaran los españoles fue un accidente. Igual los Mayas se estaban cortando las cabezas y sacándose los corazones. Si nos quedamos con esto, lo que se nos presenta, entonces, es una sociedad en decadencia, un pueblo que se negó a repensar sus practicas y que apostó a incrementar el número de sacrificios para salir de una crisis. Para decirlo en corto, una cultura desesperada y suicida (cualquier semejanza con la oposición venezolana es pura coincidencia).

Dejemos a un lado la realidad histórica de este punto y entendamos el mensaje de la película. Quizas Mel, no del lado de Bush sino de los iraqu
íes y, en esta lectura de los venezolanos, nos está diciendo “mírense a ustedes mismos, si son un grupo fuerte y vigoroso –vitalistas en un sentido nietzscheano– no tienen por que temer a los invasores, van a poder hacerles frente. Si por el contrario, están en conflicto interno, un invasor solo sera un catalizador que acelerara su ya decretada muerte”.

Vista de esta manera, la película se convierte en materia obligada para todos los venezolanos. Estamos jodidos, no porque estemos en un mundo imperialista, sino porque hemos decidido que para acabar con la crisis tenemos que destruir a algún grupo en particular; hay que acabar con los chavistas grita la do
ña de Santa Fe o el pavo de Altamira, mientras desde bien dentro de algún barrio casi todos claman que están así por culpa de los sifrinos proyanquis.

Si de verdad Estados Unidos es un enemigo de Venezuela, debemos dejar de venderle petróleo. Pero no lo es: lo necesitamos mas de lo que ellos nos necesitan a nosotros. Somos un país monoproductor. No producimos ni lo básico para el consumo interno (hasta el maíz y la leche la importamos, ¿de dónde?, de Estados Unidos!). Y mientras afuera los imperialistas buscan formas alternativas de energía, Venezuela sigue apostando a su oro negro, alimentando sus delirios con los que ingresos que de su venta derivan; bien seguros de que no quede nada para el futuro.

Solo por esto, por ser tan idiotas, deberíamos inaugurar la Eutanasia Social del Siglo XXI.

martes, 29 de julio de 2008

Flashbacks


Lo bueno de haber renunciado a tener el control de mi mismo, o al menos a pretender tenerlo, es que las cosas fluyen mas fácilmente. Ya no peleo conmigo sino que, simplemente, dejo que las cosas pasen. Mindfulness attitude le dicen por acá. Me ha servido mucho esta estrategia ya que, lo que en otro momento sería motivo de consternación, ahora representa, simplemente, las novedades del día.

Entre las cosas que recibo con asombro, y a veces hasta con gracia, esta por ejemplo que voy caminando y, a lo lejos, me parece divisar a Adriana. Por supuesto, cuando estoy mas cerca me doy cuenta de que no es ella. O, como el otro día, que vi a Vladimir pasar delante de mi en una bicicleta y, de nuevo, estaba equivocado. Resulta que ahora no pasa un día sin que me “encuentre” con alguno de mis amigos que viven al otro lado del hemisferio.

Tengo mi propia teoría. Mi vista se las arregla para poner delante a las personas importantes. Una forma de distorsión perceptiva, con miras a satisfacer un deseo, para decirlo de la manera mas académica posible. Creo que es obvio que mi cuerpo dice lo que me resulta difícil poner en palabras. Así que tom
émosle la palabra al cuerpo; los veo porque quiero verlos o lo que es lo mismo, los extraño mucho mucho mucho.

Claro, como toda explicación, la mía no llega a ser perfecta. Aun me hace falta descubrir por qu
é me pareció ver a Fidel Castro manejando un Jaguar.

viernes, 25 de julio de 2008

Dialectica del alma

Cuando se acerca la noche, se apodera de mí la sensación de que soy otro, que he dejado de estar en mi cuerpo y que mi ser se encuentra lejos de de él. Aunque me detenga y me focalice en mi mismo sigo sintiendo que camino en otra parte, que ya no soy yo. Me encuentro alienado.

En otros momentos del día, y especialmente mientras duermo, ocurre lo contrario. Es un otro quien irrumpe en mi cuerpo y mi conciencia deja de reconocerse en los movimientos que hago y en los sentimientos que surgen. Es acá cuando pienso que actuó como un loco. Me encuentro invadido.

Finalmente hay un instante mágico, en el filo que separa la vigilia del sueño, en el que mi mente se abre y puedo ver que estoy conformado por partes en conflicto; aspectos de mi mismo que pugnan por dominar al otro. Yo, como una madre amorosa, los dejo tranquilos en lo que para mí es un juego de niños. No caigo en su trampa, no son antagónicos. Por el contrario, les dejo el espacio porque se que no les queda otra que entenderse y fusionarse. Se que no estoy alienado ni que estoy siendo invadido; solo es el paso lento y errático –aunque seguro en todo caso–, hacia mi propia integración.

jueves, 24 de julio de 2008

Entre hombres te veas


Esperaba ese taller porque pensaba que cuestionaría los límites de la masculinidad; que, de alguna manera, nos permitiría tomar conciencia de cuán atrapados estamos en las fronteras arbitrariamente establecidas de lo que significa “ser hombre” y que, a partir de esto, se propondrían maneras creativas de ser uno mismo. ¿Por qué no esperar eso si se llamaba Exploración de la Masculinidad? Pronto supe que nada de esto pasaría; en la ronda inicial, comente que me interesaba deconstruir la noción de masculinidad. Los facilitadores, ambos psicólogos, me miraron como a bicho raro y no precisamente porque no conocieran los términos que usaba sino porque, en absoluto, se proponían cuestionar el género que los había improntado.

Así comenzamos nuestro paseo caricaturesco. Nos pusimos a caminar por el salón, mirándonos. Incómodo, los hombres no hacemos eso. Luego nos pidieron que nos sacáramos la camisa. Relax, eso sí lo hacemos; que nos vean la panza, los pelos en el pecho... Seguimos caminando, soltando el cuerpo. Después los facilitadores lanzaron unos tubos de pintura al centro del salón. Nos pidieron que pintáramos unos a otros, como compañeros que van a la guerra. Acto seguido, y al son de la percusión, debíamos sacar a nuestro troglodita interno. Saltamos, berreáramos y pelamos los dientes. Absurdo, ni siquiera mis tíos hacen eso. Agotados, nos pidieron que nos detuviéramos y que cerráramos los ojos. Nos hicieron extender nuestras manos, les pusieron crema y nos fueron acercando para que palpáramos las manos de los otros participantes. Extraño, muy extraño. Terminamos el ejercicio limpiándonos unos a otros con pañuelos húmedos, al son de una música suave. Ridículamente agradable.


El taller cerr
ó con los comentarios de los asistentes y de los facilitadores, quienes contaron su experiencia con otros grupos como estos. Yo salí con la sensación de haber pasado un rato divertido, y ya. No hubo mayor trascendencia porque nunca nos aventuramos a terrenos desconocidos. Es una lastima. ¡Hay tanto por fuera de la imagen de cavernícola sensible que quisieron vendernos! Los psicoterapeutas deberían saber que su oficio, como el arte, tiene como máxima la amoralidad.

miércoles, 16 de julio de 2008

Resurrección


Estaba en el Cordon Blue tomándome unas cervezas con unos amigos. En eso llega la amiga de una de ellos y se sienta con nosotros. No puedo dejar de observarla; me encanta su mirada. Al terminar la velada le pido el teléfono y la llamo al día siguiente para tomarnos un café. Fue el inicio de una larga serie de salidas que, sobretodo, eran conversaciones. Me dijo que nunca había conocido a alguien como yo (¡tan halagadora ella!). Me sorprendió que me contara con tanta naturalidad que había trabajado en El Angelus; más me asombro que a mí ya no solo me gustaba su mirada, sino también su sonrisa y su cuerpo. Empezamos a salir, pero nunca teníamos sexo. Comencé a sospechar que algo andaba mal cuando, después de las citas iniciales, nunca dejó que la llevara a un motel. Una noche no nos vimos y yo terminé con mis amigos en el Cordon Blue. De regreso a mi casa, bajando por la Av. Casanova, la vi parada en una esquina, pintarrajeada y con poca ropa. Ahí mismo la llamé a su celular y le dije que no quería verla más. Cuando me preguntó por qué le dije que mirara tres carros más arriba. Se le cayó la cartera del asombro. Corrió hasta mí y se montó en el auto. Grité, hablamos, lloramos y terminamos besándonos. Ya conocía su secreto. Me dijo que buscaría otro trabajo y acordamos seguir conociéndonos. Como pasaba el tiempo y aún no teníamos sexo, sospeché que todo seguía igual. Así empezaron mis rondas nocturnas por la Avenida Casanova. Llegaba hasta el Centro Lido y me devolvía. En Plaza Venezuela hacía lo mismo. La vi siempre en la misma esquina. Cuando eso pasaba, todo se ponía en cámara lenta, yo apretaba con rabia el volante y seguía de largo. Después cuando nos veíamos, al final de las tardes, tanteaba con sutileza el tema del trabajo. Me respondía que seguía buscando. Nada de sexo todavía. Ya no solo mi amor crecía; también mi deseo. Yo me decía que nunca la había visto irse con alguien y que conmigo seguía siendo muy especial. Pero no aguantaba los celos, de manera que para una de mis rondas fui en un carro prestado, usando gorra, lentes y un sobretodo. Me paré en frente de su esquina. Cuando ella se acercó a la ventana su mirada era otra. Sonreía pícaramente y agitaba sus hombros para atraerme con el movimiento de sus tetas. No me reconoció. Yo no pude seguir con la trampa. Ni siquiera pude hablarle. Salí corriendo. Cuando nos vimos de nuevo, al día siguiente, le propuse matrimonio. Le dije que nos fueramos a vivir al interior. Desde allí todo cambió. Nuestras salidas se conviertieron en discusiones y sus halagos en insultos. Yo seguía mis rondas, ahora bajando la velocidad al llegar a su esquina, para tratar de adivinar, por el movimiento de sus labios, qué le decía a los carros que se paraban frente a ella. Voy en mi última ronda. En el asiento del copiloto tengo un bate de madera.

Abro los ojos y me siento acelerado. Mi corazón late como si quisiera salirse por mi boca. Allí me doy cuenta que todo ha sido un sueño. Apago la alarma del despertador y me acomodo la cobija porque tengo frío. Bostezo, me estiro y ya estoy más calmado. Miro a mi alrededor y pienso que acá todo es tan distinto. En el techo está la rejilla que en invierno bota calefacción y, desde hace una semana, aire acondicionado. Las paredes están recién pintadas de un color neutro y las puertas y la persianas de blanco. Es la habitación de un apartamento convencional, pero me siento, casi, como si fuera la de un hotel tres estrellas. ¿Cuánto hará hoy? Espero que no más de 20 grados. La gente acá agradece esa temperatura pero yo, la verdad, estoy harto del calor. Me encanta ponerme suéteres y chaquetas. Termino de desperezarme. Me levanto y, como todos los días, doy gracias a la vida por estar en Canadá.

martes, 15 de julio de 2008

Epifanía intravenosa



Ya me lo habían advertido. “Deja que pase un tiempo. Empezarás a sentir nostalgia, a olvidar las cosas cosas malas que hicieron que te vinieras y a recordar sólo las buenas”. Yo replicaba que eso no me iba a pasar, pero ellos, con un dejo diabólico insistían. “Ya lo verás. Hasta querrás devolverte. Así que ten cuidado. Si te dejas atrapar por los recuerdos, lo intentarás. Ya verás. Nosotros hasta nos inventamos unas vacaciones para tener la excusa de ir y quedarnos allá”. Yo no lo podía creer; les dije que estaban locos. “Sí, fue una locura, temporal afortudanamente. En cuanto pisamos Maiquetía sentimos la desgracia de estar en Venezuela. Luego de tres días queríamos salir corriendo, exáctamente como cuando vivíamos allá. Por supuesto, no nos quedamos”.

Mis amigos tenían razón. Ahora me la paso recordando. Quizás sea la llegada de la primavera, de ese cielo azul que me recuerda a Caracas en Diciembre. Aunque, claro, ahora que estoy advertido, me cuido de no darle rienda suelta a mis memorias, no sea que me de por pensar en regresarme. A algunas puedo controlarlas; con otras es más difícil; me seducen, me transportan, por ejemplo, a ese período tan surreal que fue mi paso por la universidad.

Desde esta distancia en la que me encuentro, ese momento se me aparece como un mundo detrás del espejo. ¿Cómo no iba a serlo, si allí tuve las experiencias más alucinantes de mi vida? De éstas, creo que la más insólita fue consecuencia de conocer el Centro Mega-Mental. El haber ido a este sitio da como para un relato completo. En apariencia era una distribuidora de máquinas inductoras de ondas alfa. Los dueños, un par de gringos, las presentaban como la panacea del desarrollo cognitivo; relajación, atención, concentración, memoria, aprendizaje… Todo mejoraba, según ellos, conectándose a unos lentes con bombillitos que titilaban y unos audífonos que sonaban a la par de los destellos. Atención, no apto para epilépticos.

Sin embargo, las maquinitas eran tan costosas que, como nadie las compraba, el centro terminó siendo una suerte de salón de opio electrónico para estos tiempos postmodernos. Al principio ofrecían sesiones de demostración que luego se convirtieron en el principal producto para la venta. Yo compraba unos pases de doce sesiones luego de las cuales, tenía una gratis. Al principio eran sesiones de media hora y, cuando mi presupuesto de estudiante lo permitía, de cuarenta y cinco minutos.

Terminé enchufadísimo al Centro Mega-Mental. Era parte de mi rutina diaria. Y eso que empecé a ir por mera curiosidad. Un amigo me dijo que había un sitio muy tripa en Altamira, justo a la salida del metro, edificio Humboldt, primer piso. “No hay pele, es donde está la autoescuela Rossini”. Allí fui a dar y conocí a la señora María. Ella era la encargada de llevar a los clientes a unos cubículos que se encontraban en la parte de atrás de la oficina, sentarlos cómodamente en sendas butacas de cuero negro, colocarles los lentes y los audífonos y, desde una cabina de mando, activar el programa solicitado. Esos aparaticos eran increíbles. Recuerdo que la primera sesión fue inigualable. Al rato de estar en medio de ese tututututututututututututu se diluyó el tiempo, el espacio y, con ellos, mi cuerpo. Sentí que era sólo conciencia en un eterno tiempo presente. Yo era el centro del universo y, a la vez, el universo entero. No había arriba ni abajo, sólo ahora. Fue maravilloso. Creo que seguí yendo para encontrar aquello de nuevo. Nunca más pasó. Me relajaba y viajaba, sin llegar a ese nirvana digital.

Con el tiempo, y como el sitio casi siempre estaba vacío, terminé haciéndome amigo de la señora María. Era muy simpática y, a decir de como me trataba, yo le caía muy bien. Pasábamos horas hablando de cualquier cosa, ella intentando que le contara de mis clases de psicología ya que, según ella, era psicóloga y por eso trabajaba allí. Más por cariño que por ingenuidad le creía, aunque en el fondo sospechara que problablemente había empezado a estudiar, pues conocía a los profesores más viejos y las materias que impartían, pero que había desertado al poco tiempo.

Finalmente pasó lo que tenía que pasar. Por más que yo iba religiosamente a mis sesiones, compraba las cintas de audio que emulaban el efecto de los aparatos y cuanto menjurje vitamínico vendieran en el Centro Mega-Mental, nadie más lo hacía. De manera que que el negocio cayó en bancarrota y puso fecha de cierre para las operaciones comerciales. La señora María y yo estábamos contra el piso. Yo por quedarme sin excusa para faltar a clases o estudiar y ella por tener que volver a su vida de jubilada.

El lunes de la última semana me dijo que quería llevarme a un lugar muy especial, que si yo confiaba en ella no le haría ningún tipo de pregunta al respecto; que en todo caso, ella así lo aseguraba, sería muy importante para mí. Era una especie de regalo de despedida, por mi fidelidad hacia el centro, dijo para despistarme. Casi sin pensarlo le dije que estaba bien y cuadramos para vernos el sábado a medio día, luego que ella cerrara el local. Ese día llegué puntual, a la una de la tarde. Como siempre, no había clientes y, como siempre, encontré a la señora María sentada en la recepción con sus lentes en la punta de la nariz, tejiendo ropita a dos agujas que yo, la verdad, nunca le pregunté para quién eran.

Guardó su tejido en un bolso que tenía en el piso y me dijo que la acompañara a dar una vuelta antes de cerrar. Pasamos a la parte de atrás y, cubículo tras cubículo, acomodó las butacas, desconectó los aparatos para, finalmente, guardárlos en un cajón de la cabina de control. Yo la seguía como espectador de lo que suponía era su ritual diario de salida. Obviamente, esta ocasión era especial; era la última vez que lo haría. Caí en cuenta de esto cuando salimos, porque dio una mirada a la recepción, suspiró y dijo con una voz seca que no le había escuchado nunca, “vámonos ya”.

Yo había pasado la semana emocionadísimo con la aventura que ahora tenía por delante. No atinaba a imaginar en qué consistía mi regalo de despedida. ¿Sería un almuerzo con el par de gringos que sólo estuvieron las primeras veces que fui al centro? La posibilidad de que fuera una de las máquinas se había cancelado luego de salir de allí sin nada en las manos. Estaba intrigado. Me aguanté lo más que pude pero, en cuanto salimos del metro en la estación Petare (Petare, ¡por Dios!), le pregunté a la señora María a dónde íbamos. “Habíamos quedado en que nada de preguntas, ¿no?”, fue su respuesta. Percibí un dejo de aquella voz seca de antes y, como me pareció que, además de eso, caminaba apurada, empecé a preocuparme. Llegamos a un terminal y nos montamos en un bus que iba a Guatire. Durante todo el camino no hice sino reprocharme el haber sido tan confiado, en no haberle comentado a nadie que me iba con una señora de la que apenas sabía algo a quién sabe dónde a quién sabe qué.

El autobus salió de la avenida intercomunal que comunica a Guarenas con Guatire y recorrió un trecho por una carretera angosta. Al entrar al pueblo un escalofrío me recorrió el cuerpo; nos acercábamos a nuestro destino, intuía yo. Efectivamente, al poco tiempo de entrar en lo que parecía la avenida principal del pueblo, la señora María gritó al chofer “en la parada por favor”. Nos bajamos y empezamos a caminar hacia el norte por una de las callecitas transversales a la avenida principal. A las pocas cuadras viramos a la izquierda, bajando por una especie de bulevar, luego doblamos a la derecha y caimos en una placita de tierra rodeada de casas bastante humildes.

En el jardín delantero de una de las casas, unos niños casi harapientos jugaban con botellas plásticas vacías, de esas bombonas de dos litros para refrescos. Las llenaban de la tierra seca por el calor, las vaciaban, hacían polvo. En cuanto nos vieron dejaron todo y corrieron adentro. Pude escuchar como gritaban “Agüela, agüela llegó tu amiga con un muchacho”. A cada paso que daba todo me parecía más insólito, y si durante el camino estaba preocupado, ahora estaba al borde del pánico. ¿Qué coño hacíamos acá?

Ya a punto de entrar a la casa, la señora María se volteó y, con su voz habitual me dijo “quitate el reloj, que el tiempo de la divinidad es infinito”. La frase me pareció enigmática, pero ahora entiendo a qué se refería. Ahora lo entiendo todo. Cuando estaba desabrochándolo, ella se adelantó, me lo quitó y dijo que me lo daría después. En ese instante salieron corriendo los niños, tropezándonos con su alboroto. Yo no atinaba a responder como hubiese querído; poner un alto a tanta incertidumbre y decir contundentemente que yo guardaba mi reloj, que no me movía un paso más sin saber qué era todo eso tan raro. Pero no lo hice. En medio de mi desconcierto ya estabamos adentro, entre un grupo de doñitas que, pensé, se encontraban en una reunión de Tupperware o algo por el estilo.

Ellas me miraban y sonreían. Yo respondía haciendo lo mismo. La señora María se dirigió a la que parecía la anfitriona de la reunión. “Pachita, acá te traigo al joven del que te hablé. Es muy especial. Desde que lo ví supe que tenía que traerlo contigo”. Pachita se acercó, tomó mi mandíbula con su mano y empezó a escrutar mi cara, como si quisiera ver algo más allá de mi mirada. Me sentí como un esclavo o un caballo en venta. Sólo faltó que me revisara los dientes. Estaba empezando a molestarme tanta locura. Ella ni se inmuto con mi gesto de desprecio. Se limitó a decir “bueno, bueno, vamos a comenzar”.

En eso, otra de las viejitas acercó una silla de madera al centro de la sala, de modo que parecía que ibamos a iniciar algún juego infantil, con todos los asientos en círculo alrededor de la silla de madera. “Ponte aquí” dijo la tal Pachita a la vez que me sentaba en el centro. En la pared del frente estaba un altar de la virgen María, lleno de velas, rosarios y collares de cuentas. Allí noté que no habían envases de Tupperware porque ni siquiera había mesa. Todas las mujeres se dispusieron alrededor mío y empezaron a aplaudir mientras cantaban: Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alabaré a mi seño…o… or!

Creo que fue el asombro lo que no dejó que saliera corriendo. Quedé como pegado a esa silla, primero viendo que todas ellas llevaban vestidos de poliester, brillantes, con estampados florales exagerados, con pañuelos baratos cubriendo su cabeza; todas menos Pachita, quien tenía una manta guajira y una trenza de cabello gruesísima que le llegaba más abajo de la cintura. Como esperando algo, ella seguía a mi lado, ahora con la cabeza baja, los ojos cerrados y rezando con las manos en posición de plegaria. Mientras, las otras seguían con su retahila: Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alabaré a mi seño…o… or!

Al cabo de unos minutos, entre este cántico que siempre estuvo de fondo, escuché que Pachita dijo “amén” y se acercó al altar. Fue trayendo, una a una, cosas que me colocaba encima. Primero un rosario de madera, y luego distintos tipos de collares y guirnaldas, además de unos pétalos de rosa que me echó encima, primero, con una escarcha plateada después. Al final vino con una sonda de goma y, con cuidado, la apretó alrededor de mi brazo izquierdo, dejándolo sobre el posabrazo de la silla, con la palma de mi mano hacia arriba. Volvió a rezar por otro rato y de nuevo fue hasta el altar. Se quedó de espaldas a mí por unos instantes y regresó con una bandejita que parecía de plata. Allí cargaba una inyectadora que contenía un líquido transparente. La monotonía de las otras me tenía atontado, así que no le dí mucha importancia lo que evidentemente iba a suceder.

Pachita se acercó aún más y, mirándome a los ojos, con el mismo cariño con el que la señora María me atendió la primera vez que fui al Centro Mega-Mental, me dijo “recibe la experiencia transformadora de Cristo” y, tomando la inyectadora con las dos manos, la levantó hasta mas arriba de su cabeza para luego puyarme en la mitad del brazo izquierdo. A los pocos segundos, sentí que mis párpados se ponían muy pesados, que no podía controlar el sueño que me invadía, que tenía que cerrar los ojos.

Todo empezó a dar vueltas y ponerse oscuro. El canto de las doñitas se volvió un sonido pastoso e inentendible. Comencé a asustarme, pero cierta convicción de que estaba a salvo hizo que me entregara a la experiencia. Al principio sentí que estaba en una montaña rusa; me elevaba, descendía, me elevaba de nuevo, hasta que de pronto, estaba allí, en el nirvana digital. Pensé que lloraría de la alegría pero no, el júbilo era tan grande que cualquier demostración emotiva era innecesaria. Fui de nuevo un yo infinito que lo abarcaba todo. No estaba, simplemente era. Y siendo de esa manera imposible de determinar pasé no se cuanto tiempo, porque abrí los ojos y ya era de noche, las doñitas se habían ido y el espacio había recuperado la forma de la sala de casa humilde de pueblo venezolano. En la esquina seguía el altar con la vírgen y lo único que desentonaba era la silla de madera en el medio, conmigo allí, medio aturdido y ahora sin ninguno de los colgandejos. Ni siquiera tenía una curita o la marca de la inyección. En el sofá estaba la señora María quien, al ver que estaba despierto, dejó a un lado la que revista leía. Vino hacia mí y, cuando intenté hablarle, extendió su mano hacia mi boca y, gracias a un suave gesto de su cabeza, entendí que debía quedarme en silencio. Me ayudó a levantarme; estaba levemente mareado. Tomó su bolso, salimos de la casa hacia la parada de autobuses y, sin ver a nadie, regresamos a Caracas.

Nos montamos en el metro y me bajé en mi estación, dejándola a ella en el tren. Ni siquiera en ese instante la señora María me dejó abrir la boca. Me dio un beso y un abrazo y siguió. Me quedé un rato en el andén y caminé a mi casa en un estado que solo puedo definir como neutro. Llegué directo a mi habitación, me eché en la cama e, inmediatamente, caí profundo. A la mañana siguiente desperté completamente relajado, como si hubiera dormido por días enteros. Cuando me la quité la ropa del día anterior para bañarme encontré en el bolsillo del jean mi reloj envuelto en una hoja de papel blanco. Al abrirla ví que era una nota que rezaba: “Los caminos que se tuercen, saliéndose de la vía principal, te llevarán a tu camino verdadero. Hasta siempre. María.”

El lunes corrí a Altamira y, por dos semanas, estuve yendo al Centro Mega-Mental a ver si encontraba a la señora María o, por lo menos al par de gringos. Nada, siempre me topé con la puerta cerrada. Creo que mudaron las cosas entre el sábado en la tarde y el domingo porque, finalmente, vi a través de un vidrio que la oficina estaba vacía. Me acerqué al condominio del edificio, pero no supieron darme razón de qué había pasado con ellos. ¡Como lamenté no saber en qué estación se bajó la señora María! Al mes, y no aguantando la intriga, me lancé hasta Guatire acompañado por un amigo, quien empezó a dudar de mi cordura cuando llegamos a la placita polvorienta y tampoco nadie sabía darme razón de la tal Pachita. Estaba la casa, exactamente como la recordaba por fuera, pero una mujer mucho más joven que salió cuando toqué la puerta insistía en que ahí no vivía ninguna Pachita. Con su bebé mocoso entre brazos se interpuso cuando intenté entrar a la fuerza al interior. Alcancé a ver que era distinto y que brillaba por su ausencia el altar de la virgen. Confieso que me inquieté mucho con esto. ¿Acaso tuve un episodio psicótico? Comencé a mirar dentro de las otras casas, todas ellas con las puertas abiertas. No logré reconocer a nadie, mucho menos ubicar, siquiera, a una sola de las viejitas que estuvo conmigo en aquella sesión tan extraña. Mi amigo ya sólo me miraba con lástima, pues luego del recorrido me senté en una esquina de la placita a llorar del desespero y la impotencia.

“Tranquilo pana. Vámonos ya y luego vemos”. “¿Luego vemos qué?”, le gritaba yo apretándome la cabeza con las manos. Al cabo de unos minutos me calmé y decidí seguir su consejo. Tenía mucho calor y estaba agotado, física y emocionalmente. Ya de vuelta y por no dejar, le pregunté por Pachita a un hombre que tomaba una cerveza en la entrada de una casa. Colocando la botella en el piso y sobándose la barriga desnuda dijo que hacía tiempo vivía una señora llamada Pacha, “¡Pachita! justo en aquella casa” y señaló a lo lejos el lugar donde yo acababa de tener el altercado con la madre y su mocoso, “pero se mudó hace aaaaaaaños y más nunca supimos de ella, ni de sus hijos o sus nietos. Ella decía que tenía poderes que recibía del Espíritu Santo, pero yo creo que era sólo una curandera, de esas que trabajan con santería”. Con una pequeña esperanza de que, entonces, yo no estaba tan loco, volvimos a Caracas y más nunca hablé de este asunto. Me concentré en los estudios, hice carrera y, mucho después, las circunstancias me obligaron a dejar Venezuela.

Quince años después vuelven a mí estos recuerdos que me seducen y me transportan al momento más surreal de mi vida. Aún me cuesta pensar que todo fue una especie de alucinación. No pudo serlo. Esa noche que volví soñé que entraba a la iglesia donde hice la primera comunión y que, estando dentro, se venían abajo las paredes, y me quedaba yo entre las ruinas, protegiendo a una ovejita que emergía de entre los escombros. Para mí este sueño fue muy significativo. Además, al botar todo lo que no podía traerme conmigo al emigrar, encontré los cupones sellados, las facturas, los cassettes; la evidencia de que este episodio fue real. Tuve que deshacerme de todo, pero decidí conservar la nota que me dejó la señora María. Ahora que estoy lejos y mi futuro es aún incierto, sus palabras se han convertido en la oración que me sostiene, cuando parece que afuera ya no hay nada que lo haga.

domingo, 13 de julio de 2008

La estética transgresora del folklore peruano contemporáneo

Hay algo desconcertante en los videos de las divas de youtube (La Tigresa del Oriente, Wendy Sulca, Melanie la burbujita del amor, por nombrar a las más conocidas). A primera vista, el común de la gente “educada” –“gente bien”, “cuicos”, “fresa”– siente repulsión por lo que catalogan como “de mal gusto”. Una mirada más atenta revela que lo que le parece horrible a la “burguesía latinoamericana”, si se me permite usar este anacronismo, es que la puesta en escena de este arte popular se resiste a seguir las pautas occidentales inoculadas bajo el proceso de modernización en las sociedades que van de México a la Patagonia. Para decirlo en corto, la crítica a estos videos es una forma de control social, intento de censura y sanción por parte de quienes ya se encuentran sometidos. (Acá escucho en mi cabeza a uno de mis profesores de Ciencias Sociales espetando palabras como neocolonialismo y subalternidad).

Para ejemplificar esta tesis, tomemos por ejemplo la canción Enfermera, de Melanie.






Acá, una niña de 6 años canta la enfermedad de su madre “desahuciada por la ciencia”, acompañada de un locutor, compañero infaltable del género, quien indica que “la mano de Dios sana… está presente siempre. Solo tenemos que tener mucha fe”. El video se desarrolla y vemos los atuendos de Melanie, que van de los trajes típicos del Huayno a los mas contemporáneos atuendos de lycra rosada, trajes de baño color amarillo neon, overall de mezclilla, con gorras y accesorios haciendo juego. Pero lo más revelador lo tenemos al observar a Melanie bailar. Ella no lo hace siguiendo un único paso o un patrón prederminado. Podemos verla a lo largo del video explorando lo que parecen ser pasos de bailes tradicionales, luego contemporáneos (pasos sencillos y lo que parecen ser intentos de bailar algún tipo de música electrónica). Luego la vemos meneándose con soltura, batiendo las caderas, saltando, zapateando, sandungüeando… hasta “walking like an egypcian”. La guinda de la torta la tenemos al final, cuando se cierra el video con Melanie caminando de la mano de Barney el dinosaurio (!).

¿Qué tiene que ver todo esto con la madre y la enfermera? Nada, precisamente eso es lo que molesta a los consumidores de la cultura pop. Los videos de las divas de youtube nos interrogan, nos increpan a encontrar un sentido que, en principio, no viene dado de antemano. Lo que a primera vista parece tosco resulta ser, luego de pensarlo bien, un enigma lanzado a la cara de la sociedad occidental.

Jaime Bayly intentó hacer mofa de la Tigresa del Oriente. La verdad resultaba triste verlo en su papel de niñito erudito tratando de mostrar que su invitada era ignorante porque no entendía sus “bromas”. Es casi una repetición de las escenas donde los españoles escrutaban bajo su mirada a los americanos; donde, más bien, se ofrecían a la mirada de ese otro enigmático como cerrados y completos. La entrevista terminó y la Tigresa, si se fijan bien, salió intocada. No cayó en la trampa de su entrevistador porque ella, así lo demostró, está más allá del lugar en el que la “gente como uno” la quiere colocar. En definitiva, nos reimos para esconder nuestra ignorancia, pues ellas están más allá de nuestra comprensión.

Las divas de youtube son las verdaderas revolucionarias de estos tiempos que corren. Yo estoy seguro de que si ellas consiguen dinero, lo utilizarán para financiar sus propuestas musicales. Veremos más “incongruencias” (v.g. más enigmas). Tomemos ahora el caso de los autodenominados revolucionarios venezolanos. En cuanto consiguen dinero, salen corriendo a comprar ropa de marca, joyas, los autos más grandes y pomposos (“I love my Hummer”), propiedades en las zonas donde vivía la élite a la que se supone critican y, por supuesto, a pasar vacaciones en lo más representativo del “imperio”, Disneyland.

Divas de youtube, you rock!

sábado, 12 de julio de 2008

El Bufé



Cuando supieron que estaba recién llegado, Elena y Viktor decidieron que tenía que acompañarlos, al otro día, a la iglesia donde trabajaban como voluntarios. Aunque no precisaron el por qué, especialmente porque su inglés no daba para tanto, sí insistieron en que estuviera puntual en Queen Station, la estación de metro más cercana a ese lugar.


A la mañana siguiente, cuando los encontré, me arrastraron del brazo, prácticamente, mientras me aconsejaban en torno a los pasos que debía dar para integrarme prontamente a la sociedad canadiense. Hablaron de bancos de comida, bancos de ropa, beneficencias y ayuda del gobierno; decretaron que mis primeros meses iban a ser muy duros y que por tanto no debía gastar dinero en nada, sino aprovechar todo lo que la ciudad podía ofrecerme gratis. Elena era la más preocupada, su voz denotaba una urgencia inusitada; Viktor asentía y le decía cosas en ruso y, mientras Elena traducía sus recomendaciones, él se dirigía a mí mediante palabras sueltas, “winter clothes, warm, careful…”. No parecían interesados en escuchar cómo había llegado o cómo me estaba manteniendo en Canadá. “Recién llegado” era suficiente para ellos.


De repente se detuvieron y me soltaron frente a un señor mayor. No me di cuenta que habíamos caminado ya 3 cuadras y descendido al sótano de una iglesia de piedra. Viktor gesticulaba como aupándome a que solicitara algo. Elena pelaba sus azulísimos ojos a la vez que apretaba la boca, hasta que, no pudiendo más, espetó en un ruso inconfundible “ask him”. “Ask him what?” repliqué. Ella gruñó y se dirigió al hombre que, por supuesto, nos miraba con mucha curiosidad. Él quiere ser voluntario, entendí que le dijo. “No, no, no… es un malentendido” me apuré a decir. De nuevo me arrastraron por el brazo, fuera de la oficina en la que estábamos. Elena estaba exaltadísima. “Yoy crazy”, repetía. Para salir del paso y no dar muchas explicaciones les dije que ya tenía un lugar donde trabajar como voluntario. (Valga aclarar acá que el trabajo voluntario es toda una institución en Canadá y que es especialmente útil para que los inmigrantes vayan adquiriendo experiencia laboral válida a la hora de solicitar un empleo remunerado).


Ahí se calmó, tan súbitamente como había perdido los estribos, y me llevó a una especie de comedor industrial. Viktor ya había desaparecido en la cocina y emergido con unas jarras de café que colocó sobre una mesa donde había, además, pizza cortada en pedazos y varias bandejas con comida chatarra. Entretanto, yo me había sentado, tratando de entender en qué me había metido. En eso empezaron a llegar los comensales. Eran iguales a los que se ven en las películas, con mucha ropa descombinada y raída; sólo les faltaba el carrito de supermercado cargado de chécheres. Por un momento pensé que, seguramente, lo dejaban estacionado afuera, hasta que noté que llevaban bolsas plásticas o accesorios desvencijados llenos de cosas. Entraban directo a la mesa, se servían café, agarraban varios trozos de pizza y todo lo que pudieran de papas fritas, galletas saladas y nachos. Acto seguido se sentaban y, con la boca llena, conversaban y bromeaban con los demás.


“Así que esto es un banco de comida” pensé. Ya iba a extenderme mentalmente en esta idea cuando ví que tenía a Elena encima y desesperada. “You eat!”. “Oh my God!” fue mi siguiente pensamiento. La pobre Elena estaba doblemente preocupada. Por un lado temía que me fuera a morir de inanición; por el otro, no sabía como decirme en inglés lo importante que era salir de mi supuesta pobreza extrema. No era necesario. Al ver la expresión de su rostro entendí que sólo quería ayudarme, así que me paré, hice mi cola para el café –sorry pero no pude agarrar de lo otro– y me senté de nuevo, pensando esta vez que esto sí era un verdadero trabajo de campo de antropología urbana. “¿Acaso no nota que luzco distinto a ellos?” me pregunté.


Ya estaba a punto de aventurarme a conversar con mis compañeros de mesa, cuando otros voluntarios sacaron grandes recipientes con comida caliente. Hubo un revuelo general y se armó una larga fila para recibir lo que era como un gran almuerzo –pollo, papas, pasta con salsa–, pero a las 10:30 a.m. y justo después de un atracón de comida chatarra. Lo peor era que yo estaba completamente satisfecho pues, como no sabía cómo iba a ser mi día, había desayunado copiosamente antes de salir de casa. De manera que me quedé sentado observando y, cuando Elena se asomaba desde de la cocina pelando sus ojos azules para que hiciera la fila, yo le hacía señas con una sonrisa amable para indicarle que todo estaba bien. Claro, ella no se lo creía, así que al rato la tenía arrastrándome del brazo para que me sirvieran mi plato. Ahí tuve que decirle que no tenía hambre, con lo que ella, rauda y veloz, corrió a la cocina a traer un plato vacío para que me llevara la comida. “You need food”. Me arrastró luego a la mesa y, al soltarme, dijo decidida “you wait”.


Vi como la fila se convertía en una banda sin fin, donde los que ya había comido volvían de nuevo para buscar algo para llevar, hasta que ya no hubo más para repartir. Los comensales comenzaron a retirarse y, cuando quedó vacío el salón, aparecieron mis exsoviéticos ángeles de la guarda. Me llevaron a otro cuarto, lleno de ropa, y me cargaron con guantes, gorros, bufandas y sueteres de segunda mano. “You need winter clothes” explicaban. Luego me pasaron a la siguiente habitación, donde metieron en otra bolsa varias latas de comida y algunos paquetes de pasta. “Take”. Ya cargado como un Ekeko, y para prevenir mayores cuidados, les dije que estaba muy agradecido pero que me tenía que ir. La verdad quería salir corriendo antes de que alguno de los encargados del sitio me llamara la atención, pues en cada una de las dos habitaciones había un letrero que indicaba no más de dos artículos por persona.


“Wait, we go too” y me volvieron a llevar de rastra, esta vez a la cocina del comedor. Allí agarraron sus cosas y, antes de partir, sacaron de la despensa algunos de los alimentos usados para ese día; el aceite, unas galletas. Elena tomó el pote de cocina con café y una cajita de sal a medio usar y me los dio diciendo “you need these”. Esa urgencia con la que me hablaba se expresaba ahora en su paso. Salimos como viajeros que estaban a punto de perder su tren. Ya afuera, les dije que yo iba de vuelta al metro. Se despidieron diciendo que ellos no y se fueron, con paso rápido, en la dirección opuesta. De repente, y como quien vuelve de detrás del espejo, me sentí completamente estúpido, parado en la esquina de una gran avenida del centro de Toronto, cargado con bolsas de ropa de invierno descombinada y a pocas lavadas de estar raída, latas y paquetes de comida de calidad desconocida y, en una de mis manos, dos platicos de anime conteniendo el pollo con papas que habían servido a unos indigentes una hora atrás. A lo lejos, vi que Elena se detenía abruptamente. Se volteó como si hubiese olvidado algo importante y, con evidente alegría, agitó sus manos mientras gritaba “welcome to Canada”.

viernes, 11 de julio de 2008

Ya no soy un pescado


Es curioso, pero la vida es descrita con metáforas acuáticas; el "flujo" o "el río de la vida", por ejemplo. Debe ser porque vivimos en un planeta que está lleno de agua, casi como cada uno de nosotros. Por esto yo me me hago a la idea de que somos como agua que se va concentrando hasta convertirse en algo mas denso; sangre, venas, músculos, huesos. Yo me densifiqué hoy hace 34 años y, por cosas de la vida, de lo revuelto que es ese río del que provengo, terminé siendo un pescado; un pez fuera de su hábitat, atrapado por una mano opresiva, que lo obligaba a retorcerse, en un intento vano por zafarse. No hay otra manera de describirlo. Por fin lo veo claro. La mano estuvo allí, apretando y apretando, hasta que, por el efecto de la presión, salí disparado. Ahora estoy en el aire, allí me encuentro desde el 15 de Noviembre del año pasado. Puedo ver, a lo lejos, a una mano que, como loca, se estira y mueve su dedos tratando de cogerme. Estoy en lo alto, volando, y la brisa me transforma. No se que hay abajo -tal vez es agua- pero no importa, pues hay algo que tengo muy seguro. Ya no soy un pescado.